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10 de marzo de 2009

Las piedras de mi camino

Mientras caminaba en busca de mi resurrección, fui encontrando en cada camino diferentes piedras... en los primeros pasos tropezaba con ellas, conforme avanzaba en mi búsqueda los tropiezos se transformaban en resbalones y éstos en caídas.

Eran de todas las formas... las que me hicieron sentir que el caminar se tornaba lento y doloroso; las que me hicieron perder el equilibrio hasta descender al abismo; y las que dejaron cicatrices profundas al penetrar en mi piel, hasta hacerme llorar sangre de dolor... y me permitieron con más firmeza levantarme para continuar en mi afán.

Cuando en medio del desierto encontré un “oasis” en el cielo... donde por fin pude descansar mi fatiga... recordaba el camino pedregoso que recorrí y sentí la necesidad de regresar a recoger esas piedras.

Retrocedí y me di cuenta que con ellas podía edificar mis sueños y esperanzas, porque sus cimientos de dolor harían que mi espíritu vigilara que viento alguno no los derrumbara.

Las caídas, congojas y sollozos que experimenté, sirvieron para descubrir en mi interior la fortaleza para avanzar. Comprendí que primero es necesario caer para levantar, perder para ganar, sufrir para ser feliz, dar para recibir.

La tribulación nos permite estimular los valores “internos” que todos llevamos; que el alma se ennoblezca y se haga perceptible al dolor ajeno; y lo más importe, nos mantiene cerca de Dios, porque Él es la “piedra angular” de toda cimentación.

Edifiqué mi nueva vida sobre las pruebas que Dios me regaló... las piedras de mi camino. Mis desazones, desaciertos y quebrantos me han permitido sentir que es preciso caminar dentro de un túnel para encontrar al final, los destellos de luz.

Mi espíritu ahora puede volar, hasta donde mis pensamientos se lo permiten. Mis grandes proyectos van tomando contextura y se concretan, porque siempre escucho mi “voz interior” diciéndome que el tropezar y caer, no en vano fue.

Día a día doy gracias a Dios por el fresco amanecer que mis ojos vislumbran; por la felicidad y desaliento; por mis éxitos y fracasos; por mi familia y entorno; por mis amigos y enemigos; y de manera especial, ¡por ser lo que soy!

Sólo Él cuidará de mí y yo ayudaré a que su obra se dignifique. A través de Él mis propósitos se van concretando, porque mis pasos dirige. Lo vivido hasta ahora, me permite sentirme más humana y más solidaria con mis semejantes, porque en cada uno de ellos veo su rostro y siento su presencia.

Ahora TÚ, no temas caminar en la oscuridad o a plena luz del día, no temas naufragar o sufrir, sólo recuerda que pronto recogerás “las piedras de tu camino” y construirás la paz de tu interior, donde podrás descansar y edificar tu nueva vida... Y si esto no ocurre, no te permitas fracasar  ¡levántate y vuelve a empezar!

(23 de agosto del 2000)

19 de septiembre de 2006

Todo empezò en una tarde de lluvia (Inicio)

Era Abril y mi coche se enajenó de agua por la torrencial lluvia que caía en Guayaquil, en mi afán testarudo, no quería detener el auto y en comunicación psíquica, le pedí que no se apagara y que me acompañara hasta el fin... y mi fiel cacharrito, sin siquiera reclamar por el agua que cubría sus asientos, decidió seguirme en mi travesía.

Cerca de mí, estaba un elegante automóvil, y no menos estaba su conductor... quien desafortunadamente vivía la misma experiencia que la mía, con la diferencia que su motor no funcionaba.

Me ufanaba para mis adentros, al ver que mi cacharrito a pesar de tener el agua hasta por el cuello, no se asustó de semejante panorama y decidió dar muestras de valor para salir airoso de tan dramático lugar.

Llevábamos recorrido varios kilómetros, hasta que por fin salimos del océano de aguas negras... pero el pobre cacharro, con justa razón, decidió tomarse su descanso y apagó su motor... no me quedó más que premiar el esfuerzo desplegada por heroica hazaña.

Con esfuerzo pude ayudarle a apostarse a un lado de la carretera y decidí dejar mi traje de oficina, para sacar el agua que traía encima... uffff... cuánto luché por dejar mi auto presentable... de repente, sentí detrás de mí, el sonido de un motor... era el elegante caballero con su automóvil sofisticado....

Todo empezò en una tarde de lluvia... (Parte dos)

EMERGENCIA MECÀNICA

Con su caballerosidad visible, se acercó a mí y me felicitó por el buen motor de mi cacharro… eso me hizo ruborizar porque recordaba mis pensamientos en aquel momento de crisis que nos toco vivir.

“Eh, mmm, ah…” no atinaba qué decir, balbucea sin sentido; no sé si me sorprendió su elegante figura o su voz varonil, al escucharle decir “qué le sucede ahora a tu motor? Acaso necesita de agua para funcionar?” Sin sarcasmo fueron sus palabras, simplemente lo hizo con ánimo de romper el hielo, mejor dicho ¡mi hielo! Luego de unos minutos de intercambiar miradas, los dos irrumpimos en sonoras carcajadas, lo cual me hizo sentir bien y sin sentimientos de culpa.

Antes de contestar a su pregunta, le indagué qué le había pasado a su vehículo, entonces me digo que a su motor no le gustan los baños mojados… creo que sus respuestas fueron con el afán de darme la confianza que percibía, me hacía falta.

“Bueno, dime en realidad qué sucede, si deseas puedo llamar a mi mecánico para que venga”… sin darme tiempo a contestar, sacó su móvil y se alejó unos pasos de mí, mientras tanto, yo seguía estupefacta y pues, no me quedó más que rendirme ante tan atento caballero.

Sólo pasaron unos minutos cuando vino su mecánico con grúa y todo y pues, sin articular palabras, él hizo señas con su mano y me abrió la puerta de su coche, no me quedó de otra que acceder a su gentil invitación.

“No te preocupes, todo estará bien”, me dijo, yo sin siquiera escuchar sonido, me bastó con leer sus labios y me adentré en mis pensamientos… me aterraba la idea de saber el valor de la cuenta, era lo único que me preocupaba. Adivinando mi angustia, me dijo “tranquila, no te preocupes, todo corre por cuenta de la casa”, sonrío dulcemente y siguió con la mirada al frente conduciendo.

Llegamos a la estación de servicio, él se bajó primero y me abrió la puerta, luego apresuradamente se dirigió al fondo del taller, yo era una simple espectadora y únicamente observaba cómo impartía indicaciones a los técnicos.

Los minutos me parecían eternos sintiéndome tan inútil y de la angustia de no saber qué pasaba con mi fiel compañero. El irrumpió otra vez en mis pensamientos y me dijo que el auto debería quedarse un par de días, porque sería sometido a un análisis exhaustivo, no era nada halagador el diagnóstico previo que tenían.

Así que como ya estaba embarcada en semejante aventura, pues no me quedó más que ponerme en sus manos, o mejor dichos ponernos en sus manos, mi auto y yo; además, me preocupada la idea de no saber cómo llegar a casa, de aquel lugar, apartado de la ciudad.

Antes de terminar de pensarlo, él volvió hacia mí y me dijo “dónde vives, para poder llevarte”, entonces, con ganas de detener tantas molestias iba a decirle que no se preocupara, pero recordé que en mi bolso sólo traía unas cuantas monedas, las mismas que no eran suficientes para tomar un taxi… así que, una vez más, me dejé convencer.

Al llegar a casa me despedí, al bajar mis llaves cayeron y al recogerlas, sentí su mirada penetrante; voltee a mirarle y sólo sonreía al observar mi nerviosismo, con sutil calidez me dijo “Mucho gusto, mi nombre es Ángel Miguel”

Sólo en esos instantes me di cuenta que habíamos compartidos varias horas juntos y ninguno de los dos se interesó por los nombres… contesté sonriendo “el gusto es mío, me llaman Gaviota” con leve sonrisa replicó “Gaviota?” “Sí, Gaviota” respondí… “Con razón, ahora sé cómo pudiste sobrevivir en medio de tanta agua”, sonreímos nuevamente y nuestras miradas volvieron a encontrarse, me extendió su tarjeta personal y dijo “Puedo llamarte? Por lo del coche, claro está!” Sacó un bolígrafo y anotó el número de mi móvil.

Al subir a casa, decidí tomar una ducha y al sentir el agua correr por mi cuerpo, recordaba cada detalle de esta experiencia, recién en ese instante me vino pensamientos de sobresalto, porque ni siquiera recordaba el nombre del taller dónde había quedado mi auto, ni el número de teléfono… me sentí angustiada por tantos pensamientos negativos, mismos que quedaron a un lado cuando sonó mi móvil, alcancé a coger la toalla y salir de un solo salto a contestar.

Esa voz inconfundible, dueño de mis momentos de experiencia únicos, me cautivó nuevamente y me dijo, “Gaviota, qué haces? Pues, tomando una ducha”, repliqué. “Cómo, acaso no fue suficiente el agua de hace unas horas?” “No, porque a las gaviotas nos gusta disfrutar del agua clara y cristalina” Pero sin responder a su comentario, dije algo que me inquietaba mucho, tanto o más que lo sucedido con mi amigo fiel…

- Me dijiste que te llamabas Ángel Miguel, verdad?- Si claro- Oye y no crees que mejor hubiese sonado Miguel Ángel- Creo que sí, pero a mi Padre se le ocurrió ponerme así, mis hermanos también se llaman igual, lo que nos distingue, son los segundos nombres. - En serio? Repliqué- Sí en serio, contestó- Bien, cambiando de tema, dijo, mira, acabo de hablar con mi mecánico y dijo que mañana en la tarde estará tu auto,- En serio, no mientes, - No, cómo crees? Te dije que confiaras en mí. - Es lo que hago, repliqué, - Entonces, mañana paso recogiendo tu auto y te lo llevo a casa.

No podía creer, tanta bondad en un ser humano, me sentía desconcertada con tanta amabilidad y muy lejos de imaginar de lo que realmente se trataba, la conversación terminó con una dulce despedida.

18 de septiembre de 2006

Todo empezò en una tarde de lluvia... (FIN)

OBRA DIVINA

Por fin amaneció… y al despertar, sólo pensaba en mi cacharro y en aquel inquietante caballero, que traía mis pensamientos por las nubes., lucubraba en la cantidad que me tocaba pagar al recibir mi auto, pero nunca, supuse que el costo seria asombroso.

Mientras decidía, si levantarme a preparar el desayuno o seguir despabilada en mi cama, los ladridos de Fritz e Ivi, mis fieles canes, no me permitieron escuchar el timbre que sonaba insistentemente… hasta que por fin se calmaron y pude percatarme que alguien llamaba.

Aún con el rostro soñoliento, me asomé al balcón para ver de quien se trataba y mi sorpresa fue grande, cuando vi mi auto estacionado en la calle, ligeramente me puse un sobretodo y mis pantuflas preferidas y bajé emocionada, como si me hubiesen devuelto la vida.

Al llegar a la puerta principal y mientras la habría, observaba la sonrisa gentil de mi amable salvador que se encontraba parado fuera del auto con las llaves en las manos. Me acerqué despacio, controlando mis impulsos para no parecer ansiosa y luego de saludarlo, someramente eché un vistazo a mi carro para ver si estaba en buen estado, pero él tomó las llaves, abrió el coche y se puso al volante, con un gesto inusual, me invitó a subir, como copiloto de la aventura que estaba por comenzar.

Recién ahí, reaccioné y pensaba en qué poder ejercía sobre mí, porque sólo bastaba con una mirada y yo sabia lo que quería decir, su mirada subyugaba ni voluntad y sin palabras de por medio, subí sin siquiera preguntar a dónde nos dirigíamos.

Luego de recorrer varias cuadras, sentí el suave sonar del motor de mi amigo y no dudé en el buen trabajo que hicieron en el taller, mis pensamientos me llevaron a una inmersión de ideas, lo que me alejó de la realidad.

- Disfruta de este viaje, que será tu más grande experiencia y recompensa a todo ese mundo de bondad que anida en ti

Palabras sorprendentes, pero sin sentido para mí, por lo menos no en aquel momento.

Continuamos en el recorrido de prueba y esta vez pregunté:

- A dónde vamos?
- Te llevaré a un sitio donde sólo los elegidos van

Sus palabras lejos de emocionarme, empezaron atemorizarme y el pánico empezó a apoderarse de mí; mas, sin embargo, mi voz interior me decía, “ve, no temas”.

La arquitectura urbano estaba distante de nuestra posición, el ruido propio de los motores del caótico centro de Guayaquil iba disminuyendo, empezaba a sentir la suave brisa de la Ruta del Sol y al saber que el “paseo” era inevitable, decidí voltear mi mirada hacia mi ventana y disfrutar de la tranquilidad de un viaje de placer, al mirar el cielo despejado, una que otra nube le daba un matiz especial al sempiterno

En cada nube, conforme avanzaba el recorrido, dibuja las escenas de mis últimas vivencias… la lluvia que enajenó mi auto, la forma cómo éste fue a parar al taller, la presencia inquietante de mi “salvador”… en fin, era una mezcla inexplicable de emociones y sensaciones. De rato en rato, trataba de mirar el rostro de mi acompañante y él, sólo disfrutaba al ver mis gestos de sosiego y confusión.

Lo raro era que en ningún momento, desde que lo conocí, intuía sentimientos de sensualidad en cada una de sus palabras… mas bien, era una mezcla angelical de cándida picardía y vaya ¡de qué manera! era como si se tratara de un ser sideral; pero claro, era loco pensar que eso pudiera suceder.

- Tranquila, no temas, no dudes de mí, sólo relájate y disfruta de este momento, que jamás en tu vida olvidarás.

Al escuchar estas palabras, recién caí en cuenta, que cada vez que mi pensamiento se oscurecía, él al pronunciar cada frase, devolvía el resplandor a mis angustias. Así que confiando en el Todopoderoso, decidí disfrutar abiertamente de ese momento de relax que casi nunca tengo.

- Aire fresco es lo que necesitas para oxigenarte y que tu cuerpo olvide tantas angustias que has vivido.
- Cómo sabes tú, lo que yo he pasado?, pregunté
- Te conozco muy bien, aunque tu no distingas mi rostro
- No recuerdo haberte visto; tal vez, si te vi, no guardé tu imagen en mi memoria.
- Tranquila, no trates de recordar, ahora sólo deseo que disfrutes y sientas la magia de la vida.
- Déjame conducir, le dije - Por supuesto, disculpa नोहबेर्lo hecho antes… debes sentarte para que pruebes el motor y veas que el trabajo que le hicieron, es excelente… ¡adelante!

Hizo un pare a un costado d
e la carretera, se bajó y abrió la puerta de mi lado, al sentarme frente el volante de mi cacharrito, la emoción me embargo y me sentía aliviada al saber que lo conduciría, pero no podía dar marcha, hasta que Ángel Miguel se subiera al auto.

Esperé unos minutos y no subía, supuse luego que algo estaba revisando detrás del vehículo; pero, al ver que no se acercaba, decidí bajarme para ver qué sucedía y fue en ese instante, que me percaté de su ausencia… pensé que se había retirado a un sitio discreto, para atender alguna necesidad biológica, así que decidí entrar y sentarme a esperarlo.

El tiempo transcurría y su ausencia empezaba a inquietarme, después de 45 minutos de espera, al comprobar la hora en mi reloj, ya era medio día y yo aún seguía en la carretera, con pijama, sola y con la angustia de no saber qué le sucedió; por lo tanto, decidí emprender el retorno a la ciudad.

Al llegar al garaje y al bajarme, me di cuenta de una tarjeta que estaba justo en el asiento del copiloto, la tomé y la guardé en mi bolsillo… mientras recorría, el pequeño tramo hasta mi departamento, seguía inquieta por la forma cómo se fue sin despedirse de mí.

Sentí mucha sed y fui a sacar algo de beber del frise y una voz interior me dijo, “recuerda la tarjeta, llama, llama….” Me quedé pensativa mientras ingería el agua, me senté por unos minutos en el comedor, desde donde tengo una vista panorámica del cielo y al elevar mi mirada hacia él, preguntaba por qué se fue así, por qué! No entendía que le sucedió, a tan gentil caballero, que esta vez no hizo gala de su donaire y simplemente decidió desaparecer.

Decidí hacer la llamada, saqué la tarjeta de mi bolsillo y al revisar, me di cuenta del nombre del taller y al leerlo, me quedé estupefacta, pero mucho más al marcar los números y escuchar la voz que decía “este número no ha sido asignado a cliente alguno”…. Uppsss, me sobresalté mucho más, volví a marcar para ver si no me había equivocado, pero la insistente voz, repetía lo mismo.

No contenta con eso, decidí llamar a Información y pues obtuve la misma respuesta. -No puede ser posible- le dije a la señorita -Por favor, vuelva a revisar - replique - No insista, he revisado varias veces el sistema y el número no tiene dueño.

Fue entonces, cuando me fijé en la dirección del taller y decidí ir hasta allá, para ver si Ángel Miguel estaba ahí y saber que se encontraba bien; además, para preguntar por el valor de la factura, pendiente de pago.

Llevaba una hora de recorrido, cuando mis ojos no miraban nada parecido al sitio donde me encontré aquel día; cansada de dar vueltas y vueltas, decidí apostarme a un lado de la carretera y preguntar a un vendedor sobre la dirección de aquel lugar, y me dijo:

- Veamos, estamos ubicados en la dirección correcta, pero por aquí no veo ningún taller con ese nombre… “Obra divina”… nombre muy raro para un taller mecánico, replicó el señor.

Mi preocupación era mucho mayor como para poner atención a su observación.

- Oiga, disculpe, No será que usted no sabe de este sitio, si yo hace días estuve por aquí y sé que en esta zona existe ese taller, no será que estará a unos kilómetros de aquí?
- No señorita, llevo más de 20 años vendiendo en esta zona y nunca he visto un taller por aquí, el más cercano está a 10 kilómetros de distancia y es un lugar muy humilde, nada como el que usted me ha descrito.
- Bien, gracias señor y disculpe

Al ver la cara de asombro y de sinceridad del señor, no insistí más y decidí retornar a mi casa. Luego de unos kilómetros de recorrido, llegué una vez mas desconcertada, ya el cielo entraba en ocaso y me di cuenta que ni siquiera había probado bocado desde que desperté, a más del vaso con agua.

Diariamente revisaba los diarios, sección de crónica roja, para ver si de esa manera funesta podía saber algo de él, pero todo era en vano… la angustia se acrecentaba más, cada vez que un día nuevo se presentaba, mis pensamientos siempre se centraban en la historia que viví.

Cerca de dos meses me pasé recorriendo dicho sitio, luego de mi turno de oficina, regresaba al lugar, donde supuestamente quedaba el taller de mecánica “Obra Divina”… obra divina, repetí internamente, cada sílaba de esa palabra retumbaba en mi cabeza.

Así que elevando mis ojos al cielo, dije, “Señor, ayúdame con esta angustia, no sé qué pudo pasarle… por favor, que no sea nada malo, no se merece que le ocurra algo sombrío como lo que imagino… por favor”

En fin, el tiempo transcurrió y decidí retomar mi vida, sin la inquietante duda que hizo presa de mí por mucho tiempo.

Era una tarde de verano y camino a casa, luego de una tarde extenuante de trabajo, decidí tomar un poco de brisa y recorrer la Ruta del Sol, había recorrido unos cuantos kilómetros, cuando delante de mí, vi un vehículo estacionado con luces de precaución y me di cuenta que una señora con sus hijos, pequeños aún, estaba revisando el motor de su auto, así que decidí hacer un pare y prestar mi ayuda.

Al acercarme, me percaté que los niños lloraban, el más pequeño con mayor insistencia, la señora me contó que su bebé estaba enfermo y ardía en fiebre, que lo llevaba a un lugar de emergencias cercano, que su esposo estaba fuera de la ciudad y por ese motivo estaban solos.

Mientras escuchaba su relato, al ver qué podía hacer con su auto, me percaté que estábamos justo en el mismo sitio en que meses atrás, Ángel Miguel desapareció; aparentemente, el motor estaba en perfecto estado, pero el auto no encendía, así que me ofrecí a llevarlos en el mío.

Ella aceptó, dejamos su vehículo a buen recaudo y se embarcó con los niños… el pequeño comenzó a convulsionar por efecto de la fiebre, la desesperación de la madre era tanta que la única reacción que tuve, fue acelerar la velocidad de mi vehículo, no acostumbrado a estos trotes, pero se comportó como uno de fórmula uno.

Recorrimos varios kilómetros y la señora me hizo señas que me detenga en un lugar poco habitable donde el único ruido que se escuchaba, era el llanto del bebé.

– Por favor, coja su derecha e ingrese por el primer tramo que encuentre

Seguía las indicaciones con mucha atención y con la ansiedad de encontrar el sitio, al ver cómo el bebé se contorsionaba por efectos de la temperatura, por fin, divisamos un lugar, que no tenia aspecto de hospital, peor de una clínica, y le pregunté si en verdad deseaba que la llevara ahí, a lo cual afirmó con su cabeza mientras observaba al bebé.

Le ayudé a bajar con el otro niño y los bolsos, ella corrió de manera desesperada con el nene en brazos. Al escuchar las pisadas de sus zapatos, salió un señor vestido de blanco entero, con un porte gallardo, con cabello cano y tomó al niño en sus brazos… como si anticipadamente, alguien le haya dicho lo que le sucedía.

Me quedé afuera esperando con el otro pequeño y por una ventana, observaba cómo el “doctor” puso al pequeño enfermo en un cunero y lo despojó de su escasa ropa, posó sus manos sobre su cuerpecito débil, en posición horizontal, como queriendo pasar la fiebre del pequeño a sus manos… el llanto del bebé iba disminuyendo, lo volteó para darle de beber una bebida que estaba en un envase herméticamente tapado… cinco gotas en sus labios y asombrosamente, el bebé dejó de llorar y cayó en un sueño profundo… mas que una consulta, me daba la impresión que se trataba de un ritual shamánico, donde se conjugaba la espiritualidad con la bondad de la madre naturaleza.

La señora no demoró en salir y mis pensamientos se interrumpieron, al ver su rostro, me di cuenta que estaba serena y sonriente; me agradeció por la ayuda que le brinde y me dijo que sin ella, su bebé hubiera muerto.

-No se preocupe, vamos la regreso a su casa y luego llamamos para que una grúa lleve su vehículo.
- No tranquila señorita, ya muchas molestias le he causado, no se preocupe, me quedo en este sitio, estaremos bien, mi esposo pasará por nosotros, ya lo llamé y él recogerá el vehículo… muchas gracias y que Dios la bendiga siempre.
- Bien, si usted lo dice, así será; pero segura que desea quedarse aquí, volví a insistir… ella sólo afirmó con su cabeza.
- Recuerda por dónde entró, preguntó
- Claro, si recuerdo, no se preocupe
- Bien, si por algún motivo lo olvida, guíese por un letrero que está apostado en el margen izquierdo… usted lo distinguirá muy bien, sé que él le devolverá la orientación.
- Ok, gracias y cuide por favor de sus bebés, son muy angelicales.

Ella únicamente sonrió y a lo lejos veía su mano como se agitaba… recorrí buen tramo hasta que por un momento me desorienté y no sabía para dónde coger, hasta que observé el letrero, del mismo que no me percaté por la angustia de llegar al destino.

"Bienvenido al Hogar OBRA DIVINA", decía el letrero... Dios, al leer el nombre del letrero, sentí una sensación rara y en ese momento recordé todo lo sucedido meses atrás, pero inmediatamente mi razón encontró la justificación, se trataba de una casualidad… así que volví a ubicarme y pude salir de ese trecho.

Ya de nuevo en la Ruta del Sol, ni siquiera avancé un kilómetro de regreso a la ciudad, el motor de mi auto se apagó… me bajé para ver de lo que se trataba y levanté el capot y... ¡OH SORPRESA!... observé un sobre blanco encima del carburador, mi corazón comenzó a latir fuertemente y con temor lo tomé en mis manos, olía a limpio y conservaba su impecable blancura.

Las manos me temblaban, recordaba que el mismo no estaba en la mañana al momento de revisar el motor, antes de salir a la oficina… lo abrí y encontré una nota escrita, supuse que se trataba de alguna broma de mal gusto o de un anónimo:

“Perdona por haberme ido de esa manera, pero mi Padre me llamó de manera urgente y acudí sin darte explicación alguna; pero no vuelvas a angustiarte por mí, me encuentro bien. No te preocupes por el gasto ocasionado en la reparación del vehículo, no debes nada, esto fue una “OBRA DIVINA”. Recuerda que te dije, que los gastos corren por cuenta de la casa. Mi Padre se da por bien pagado, con tu acción a favor de la señora y sus dos pequeños. Ahora ve a descansar, muchas emociones para tan poco tiempo. Nunca dudes en volverme a llamar, cuando necesites algo de mí. Gracias por confiar en mì. Att. Arcángel Miguel”

Me quedé helada al término de la nota… una sensación extraña recorría mi cuerpo, no sabía si llorar, reír o simplemente olvidar lo que leí; pero, recordé que minutos antes de quedar atrapada en ese océano de agua con mi vehículo, antes de entrar en comunicación síquica con mi cacharro, dije, mirando la imagen de mi ángel preferido, la misma que guardo en la secreta: “Arcángel Miguel, por favor, ven en mi ayuda, no me abandones”

Efectivamente, estuve muy lejos de imaginar siquiera que mi ángel, al que siempre me encomiendo diariamente, en mis alegrías y angustias, viniera en mi ayuda, tomando el cuerpo de ese gentil caballero.

Una sensación de paz cubrió mi cuerpo y espíritu, mi mirada brillaba de alegría, bajé el capot de mi fiel cacharrito, como lo llamo yo, me senté frente a su volante y encendí el motor, el mismo que tenía un sonido silencioso, como solidarizándose con aquel momento celestial que vivía…
gracias a una tarde de lluvia, del mes de Abril.

(23 Agosto 2006)